La innovación es la hija del cansancio, la escasez y la astucia

La innovación orgánica

Como seres humanos, siempre hemos buscado la forma de usar el mínimo esfuerzo para todo. En tiempos pretéritos, era difícil conseguir alimento. No sólo era difícil, era INCIERTO, e incluso, peligroso. Era un proceso de incertidumbre diaria persiguiendo huellas de animales. Esperando pacientemente a que pasaran o siguiendo rutas agotadoras hasta dar con el objetivo que alimentara a nuestro grupo, familia y a nosotros.

Épocas en las que escaseaban las frutas, las bayas, las raíces… Épocas en las que desaparecían.

Supongo que eso llevaría a migrar en busca de otros espacios más propicios. Casi todo el tiempo era la preocupación por el alimento. Nunca he entendido la expansión del ser humano en su evolución. ¿Por qué dejar tierras etíopes o europeas e ir a sitios como Siberia? Qué sentido tiene llegar tan lejos. Y aún más, ¿cómo consiguieron llegar hace miles de años a Filipinas o Australia?

Tal vez la respuesta esté en algo que no solemos valorar lo suficiente: el agotamiento. La necesidad constante de sobrevivir obliga a pensar. El frío, el hambre, el peligro… eran maestros crueles, pero extraordinarios. Nos empujaban a crear. A observar. A imitar. A mejorar.

De alguna manera, la innovación siempre ha sido una respuesta directa al sufrimiento o al cansancio. Innovamos porque estamos hartos. Porque queremos hacer más con menos. Porque el cuerpo y la mente, cuando se enfrentan a una realidad insoportable, buscan atajos.

El fuego no fue un descubrimiento romántico. Fue una victoria contra la noche, contra el miedo, contra el frío. La rueda no nació del deseo de explorar, sino del hartazgo de cargar peso. El arco, la lanza, las trampas… eran formas de no tener que correr durante horas detrás de una presa.

La innovación no surge de la comodidad. La innovación surge de la urgencia de dejar de sufrir, de conservar energía, de ahorrar tiempo, de reducir el esfuerzo físico o mental que implica una tarea repetitiva, incierta o costosa.

Por eso el ser humano ha perfeccionado tanto sus herramientas, sus caminos, sus redes. No somos tan inteligentes porque queramos serlo, sino porque estamos constantemente buscando maneras de no hacer lo mismo dos veces si ya lo hemos aprendido una vez.

Lo irónico es que, hoy en día, en un mundo donde tenemos tanto, seguimos innovando. Pero la motivación ha cambiado sutilmente: ahora no siempre es el hambre lo que nos mueve, sino el deseo de optimizar. Lo hacemos por eficiencia, por escalabilidad, por impacto. Porque entendemos que todo lo que nos ahorra tiempo, energía o dinero nos acerca a vivir mejor.

La innovación, entonces, es un acto de amor hacia nuestro futuro YO: más descansado, más libre, más sabio.

Javier Córdoba

MFt studio

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